LORD OF THE RINGS, J. R. R. Tolkien, 1954

Seguimos!

Hola, seamos honestos: qué difícil es no criticar!

La RAE ofrece dos definiciones del verbo criticar:

  1. Analizar pormenorizadamente algo y valorarlo según los criterios propios de la materia de que se trate.
  2. Hablar mal de alguien o de algo o señalar un defecto o una tacha suyos.

No sé qué te parecerán a ti, pero yo veo dos definiciones muy diferentes. Una es constructiva, orientada al avance y propia del proceso de mejora de cualquier disciplina, hecho o comportamiento y otra es destructiva, orientada al bloqueo y propia del aburrimiento.

Yo he decidido dejar de criticar, para siempre. A los demás y a mi misma.

Criticar es fácil, es un hábito primo-hermano de la queja y ambos son gratuitos!

¿Qué pasa cuando damos rienda suelta a la crítica? Pasa que realmente mejoramos mucho en ello: vamos volviéndonos cada vez más hábiles en detectar defectos, más susceptibles a los fallos, más negativos frente a la incertidumbre, más destructivos ante las propuestas… en definitiva nos convertimos en expertos en criticar.

¿Y qué pasa cuando estamos tan enfocados en toda esa energía tan negativa? Yo me imagino que nos vamos convirtiendo en una especie de Golum, ese personaje de la Tierra Media en el universo de historias de Tolkien, cuyo nombre original era Sméagol. Sméagol era un hobbit que se hizo con el Anillo Único y fue rápidamente corrompido por él. La influencia maligna de dicho anillo deformó el cuerpo y la mente del hobbit y prolongó su vida más allá de los límites naturales. Sméagol comenzó a llamar al Anillo Único «mi tesoro», «mi precioso» o «mi regalo de cumpleaños».

Pues aunque parezca una comparación exagerada, no lo es: una vez hemos aceptado la crítica en nuestra vida, lo criticamos todo. Somos corrompidos por ese sesgo mental, se puede decir, -como le pasó a Golum-, que «la influencia maligna de la crítica deforma nuestra mente». Ya no podemos ver las cosas de manera positiva. Realmente nos identificamos con nuestras críticas y nos creemos en posesión de la verdad, del derecho y del «regalo» de poder hablar mal de todo sin que -aparentemente- haya ninguna consecuencia. Pero sí hay consecuencias, y se encuentran en nuestra mente: vemos la vida con las «gafas de la negatividad». Todo se empaña de esa sensación de «falta», todo se siente «incompleto» o «escaso». Todo ello conecta con la falta de agradecimiento y la desesperanza.

Mi idea es que tenemos que tomar consciencia de ello y detenernos a nosotros mismos, auto-educarnos en el auto-control, en el sosiego y la compasión (compasión entendida en su definición original, sin ninguna connotación religiosa: vivir con actitud compasiva implica ser una persona auténtica, que lo que hace está alineado con sus principios y valores, capaz de poner límites sanos en sus relaciones para evitar sufrimiento. Por compasión debemos entender esa habilidad que conlleva una actitud de apertura, flexibilidad y sensibilidad, tanto por las necesidades de uno como por las de los demás. Otro día hablaremos de compasión, algo muy importante y que en mi opinión cada vez se practica menos en esta sociedad cada vez más polarizada).

Como el que deja de fumar, porque criticar es adictivo, propongo pasar 21 sin criticar nada ni a nadie.

¿Quién se apunta?

Gracias por estar ahí!

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