LE PETIT PRINCE, Antoine de Saint-Exupéry, 1943
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hola, hoy vamos a hablar de algo fundamental, que muchas veces pasa por alto hasta que aparecen problemas: las necesidades emocionales de los más pequeños.
Podemos distinguir varias, dependiendo de la edad o etapa vital.
La primera, básica y fundamental para la vida desde que nacemos y que se va forjando hasta los 8 meses de vida, es el apego: este término hace referencia al vínculo específico y especial que se forma entre el niño o la niña y su cuidador primario. El vínculo de apego tiene varios elementos claves:
– Es una relación emocional perdurable con una persona en específico.
– Dicha relación produce seguridad, sosiego, consuelo, agrado y placer.
– La pérdida o la amenaza de pérdida de la persona, evoca una intensa ansiedad.
El apego es una necesidad innata básica y necesaria para la supervivencia. De hecho, durante el siglo XIX, más de la mitad de los lactantes recluidos en las inclusas morían durante su primer año de vida. Y ello se debía a que estaban bien cuidados, -alimentados y limpios-, pero no recibían contacto físico.
Como he comentado, el apego es perenne, pero puede observarse en momentos de angustia o malestar, promoviendo que el niño busque proximidad, seguridad y consuelo a través del contacto con su/s figura/s de referencia, para poder regularse.
El tipo de apego se consolida en el primer año de vida. Para poder construir un apego seguro, es necesario que el cuidador se muestre disponible, atento y acuda a las demandas del pequeño para poder consolarlo, acunarlo y satisfacerlo. A la vez que pueda disfrutar el contacto físico y afectivo con el niño de forma auténtica. Estas experiencias mandan mensajes al niño de que sus necesidades son válidas, permitidas y posibles de satisfacer. Esto favorece que el niño construya una imagen positiva de sí mismo, de sus emociones, así como del exterior, ya que siente que el mundo que le rodea es un lugar seguro donde vivir.
Para poder responder a esta necesidad, es muy importante que los padres o cuidadores estén presentes, disponibles y comprometidos para el niño, atendiéndole de forma inmediata, cálida y consistente en sus momentos de malestar, especialmente cuando es un bebé. Cogerlo en brazos, acunarlo, acariciarlo, son elementos sensoriales que el bebé necesita de sus cuidadores, de lo contrario, no podrá regularse.
Los investigadores de la conducta infantil afirman que la relación de apego que creamos en nuestra infancia ofrece el andamiaje funcional para todas las relaciones subsecuentes que desarrollaremos en nuestra vida.
Una relación sólida y saludable con la madre o cuidador primario, se asocia con una alta probabilidad de crear relaciones saludables con otros, mientras que un pobre apego parece estar asociado con dificultades emocionales y conductuales a lo largo de la vida.
La segunda necesidad emocional infantil, que se mantiene durante gran parte de la infancia, es la regulación emocional y se refiere a la capacidad para gestionar las propias emociones de forma satisfactoria para conseguir flexibilidad conductual, adecuación al contexto y monitoreo del progreso hacia un resultado deseable. La construcción de estas habilidades en los niños va a depender de la capacidad de los padres o cuidadores para la gestión de sus propias emociones y las de su hijo. ¿Por qué? Porque el niño necesita ser regulado primero para aprender a regularse después.
Al comienzo de la vida, los pequeños no cuentan con los recursos necesarios para regular sus emociones, por lo que inicialmente hay una dependencia absoluta del cuidador principal para poder calmarse, satisfaciendo sus necesidades básicas de alimentación, higiene, contacto físico, amor, ellos podrán irse regulando, a la vez que poco a poco construyen las estructuras para progresivamente ser más independientes en su auto-regulación. Cuando van pasando de bebés a niñ@s, la regulación se da entre ambos: el cuidador detecta las señales de la emoción del niño y le ayuda a procesarla, para finalmente, ser el niño quien se regula a sí mismo, según lo aprendido gracias al vínculo.
Los niños irán aprendiendo que la activación emocional puede fomentar o socavar el funcionamiento efectivo, y los procesos de regulación emocional son importantes porque disponen la emoción para brindar soporte adaptativo y estrategias conductuales organizadas. En este sentido, todas las emociones nos dan información. Tanto las llamadas «positivas» como las «negativas» son potencialmente adaptativas o no, cualidad que está determinada por la oportunidad con que se emiten, es decir, su acople con las demandas del contexto. El componente clave es la relación funcional entre la emoción y los eventos inmediatos (del mundo externo o de representaciones internas) (Cole et al., 1994).
Para poder regularles, es necesario que, como adultos, podamos sintonizar con la emoción que el pequeño está experimentando, pero en un nivel de intensidad que le contenga. Es decir, no podemos estar más ansiosos o enfadados de lo que él está, sino empatizar con lo que está sintiendo y hacernos cargo de lo que aún no está preparado para hacer, poner nombre a la emoción, ayudar a que la acepte y dar recursos para tranquilizarle. Esto permitirá que el niño aprenda que las emociones no son peligrosas, sino que le dan información, a la vez que incorpora recursos para gestionarlas.
Y así llegamos a la tercera gran fase, la necesidad del niño de sentirse visto, considerado y tenido en cuenta, es decir: reconocido y querido.
Gran parte del desarrollo emocional del niño se produce en el diálogo y la interacción de éste con sus padres o cuidadores. En este proceso va a ir forjando su identidad y autoimagen según cómo sea la relación y la imagen que le devuelven de él mismo. Es decir, el niño empieza a verse y sentirse a sí mismo, según cómo sus padres le ven y le tratan.
Para esto, es importante que los mensajes que le mandemos a nuestros pequeños sean positivos, pero también se correspondan con las capacidades reales. Es decir, que esa imagen que le mostremos, no se aleje de la realidad ni por exceso ni por defecto, siempre desde el afecto. A su vez, esto ayudará a construir sus metas e ideales, así como desarrollar capacidad para tolerar la frustración de que su “Yo real” a veces se aleje de su “Yo ideal”.
Para que el niño pueda tener una autoestima elevada, necesita que le hayan dado un lugar en el seno familiar, que le hayan valorado tal como es y que le hayan amado de forma incondicional. Para esto es importante que se transmita un sentimiento de aceptación y de que es importante para los padres.
Si todas éstas necesidades se van cuidando, conseguiremos tener unos hijos capaces, seguros, valientes y afables.
Gracias por seguir aquí!